La simbología del Uno inspiró una doctrina de carácter místico y religioso, que entronizaba a la mónada como principio y matriz del universo.
La mónada (monas verbo menein, permanecer), es la entidad suprema. Se la conoce como "mónada" por su estabilidad, ya que nunca cambia: eterna y autosuficiente, se produce a sí misma, ningún poder impera sobre ella.
La mónada divina es la Unidad primordial e incognoscible; es un efecto ultraterreno, que obliga a introducir una estructura dualista que la complemente o contraponga a otro principio: el dos. El dos es, así la diferenciación. Para el esoterismo pitagórico, el uno y el dos son números divinos alejados de este mundo y, en geometría, no determinan ninguna superficie ni volumen. La dualidad necesita otro complemento: el tres. El tres se erige como un elemento conciliador.
La mónada no se aleja de su propio principio. Evocada como "artifice", la denominan Prometeo porque, a través de sus progresiones y recesiones, surgen los elementos de la corporalidad, la propagación de las criaturas y la ordenación del cosmos. Así se convierte en la matriz del mundo.
La mónada se la asocia con el Sol, puesto que Ella es la luz pura, la que ilumina el conocimiento, al determinar la plenitud del objeto.
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