Imagina que alguien debe tomar un barco para emprender un largo viaje. ¿Qué depende de tal persona? En principio, escoger la mejor compañía, asegurarse de que el navío se encuentra en buen estado y escoger una época del año en que no haya demasiadas tormentas. Dicho de otro modo, tan solo puede tener un cuenta ciertos detalles que garanticen su seguridad.
Si, una vez en alta mar, el viento rugen las olas se encrespan y la peor de las tormentas pone en peligro su vida, ¿qué puede hacer? ¿Apaciguar los elementos? En absoluto. ¿Pilotar acaso el barco para conducirlo a buen puerto? Tampoco. La única posibilidad que resta es templar el ánimo, dominar la propia voluntad, comprender que no se puede hacer nada salvo calmar, en ese preciso momento, la tempestad que envuelve su espíritu.
Si, una vez en alta mar, el viento rugen las olas se encrespan y la peor de las tormentas pone en peligro su vida, ¿qué puede hacer? ¿Apaciguar los elementos? En absoluto. ¿Pilotar acaso el barco para conducirlo a buen puerto? Tampoco. La única posibilidad que resta es templar el ánimo, dominar la propia voluntad, comprender que no se puede hacer nada salvo calmar, en ese preciso momento, la tempestad que envuelve su espíritu.