REFLEXIONES SOBRE LA CRISIS DE LA ECONOMÍA MUNDIAL
Einstein escribió este artículo durante la crisis económica mundial de los años treinta. Aunque las condiciones actuales no son las mismas y algunas de las soluciones propuestas han sido utilizadas por varios países, creemos que deben incluirse estos artículos. Publicado en Mein Weltbild (Ámsterdam: Querido Verlag, 1934).
Si hay algo que pueda dar a un lego en el campo de la economía valor para emitir una opinión sobre carácter de las alarmantes dificultades económicas del presente, es la descorazonadora confusión de opiniones que reina entre los expertos. Lo que yo diré no es nuevo y no pretende ser más que la opinión de un hombre honrado e independiente que, sin el peso de prejuicios de nacionalidad o clase, solo desea el bien de la humanidad y un marco lo más armonioso posible para la a vida humana. Si en lo que sigue escribo como si estuviera seguro de la verdad de lo que digo, se debe únicamente al deseo de expresar las cosas del modo más simple. No se debe a una confianza injustificada en las propias opiniones ni a una fe en la infalibilidad de mi visión intelectual, un tanto simple, de problemas que son, en realidad, excepcionalmente complejos.
Esta crisis, tal como yo la veo, tiene un carácter distinto a las crisis anteriores por basarse en una serie de condiciones totalmente nuevas, nacidas del rápido progreso de los metodos de producción. Actualmente solo se necesita una fracción del trabajo humano disponible en el mundo para la producción del volumen total de bienes de consumo necesarios para la vida. Este hecho, en un sistema económico de laissezfaire absoluto, tiene que generar paro.
Por razones que no me propongo analizar aquí, la mayoría de los seres humanos se ven obligados a trabajar a cambio del mínimo necesario para cubrir sus necesidades básicas. Si dos fábricas producen el mismo tipo de artículos, manteniendo igual todo lo demás, producirá más barato la que emplee menos trabajadores -es decir, la que haga trabajar al obrero al máximo de su capacidad-. De esto se deduce inevitablemente que, con métodos de producción como los actuales, solo puede utilizarse una porción del trabajo disponible. Por una parte, se impone a esta porción de trabajadores un régimen de trabajo muy duro, mientras se excluye automáticamente a los demás del proceso de producción. Esto lleva a un descenso de las ventas y de los bejeficios. Los negocios se hunden, lo cual aumenta aún más el paro, disminuye la confianza en las actividades industriales y bancarias y, por último, los bancos debes suspender pagos por la brusca retirada de los depósitos, con lo que engranajes de la industria se paralizan por completo.
La crisis se ha atribuido también a otras causas que consideraremos a continuación.
Superproducción: Hemos de distinguir aquí entre dos cosas: superproducción real y superproducción aparente. Bajo el primer concepto entiendo una producción tan grande que excede a la demanda. Esto quizá pueda aplicarse en este momento a los vehículos de motor y al trigo en Estados Unidos, aunque hasta eso es dudoso. Por "superproducción" suele entender la gente una situación en la que se produce más cantidad de un artículo concreto de lo que puede venderse, dadas las circunstacias, pese a la escasez de bienes de consumo entre los consumidores. Yo a esto le llamo superproducción aparente. En este caso, no es que no haya demanda sino que el consumidor carece de poder adquisitivo. Esta superproducción aparente no es sino otro modo de designar una crisis y, por tanto, no puede servir para explicarla; en consecuencia, quienes intentan responsabilizar de la presente crisis a la superproducción no hacen sino jugar con las palabras.
Idemnizaciones. La obligación de pagar indemnizaciones de guerra es un peso agobiante para las naciones deudoras y para sus economías. Las obliga a vender al exterior a bajo precio, con lo cual salen también perjudicadas las naciones acreedoras. Pero la llegada de la crisis a Estados Unidos, a pesar de sus elevados aranceles, demuestra que no puede ser esta la causa principal de la crisis mundial. La escasez de oro en los países deudores, debido a las indemnizaciones por la guerra, puede servir en todo caso de argumento para poner fin a estos pagos, pero no nos proporiciona una explicación de la crisis mundial.
Creación de nuevos aranceles. Aumento del gravamen improductivo de la fabricación de armamento. Inseguridad política debida al peligro latente de guerra. Todas estas cosas empeoran considerablemente la situación en Europa sin afectar en realidad a Norteamérica. La aparición de la crisis en Norteamérica muestra que estas no pueden ser sus causas principales.
La decadencia de las dos potencias, China y Rusia. Tampoco su impacto sobre el comercio mundial se ha hecho sentir con demasiaada intensidad en Norteamérica y, por tanto, no puede ser la causa principal de la crisis.
El ascenso económico de las clases bajas a partir de la guerra. Esto, suponiendo que fuese verdad, solo acarrearía una escasez de bienes, no un exceso de producción.
No cansaré al lector enumerando más razones que no explican la crisis. Estoy seguro de una cosa: este mismo progreso técnico que debía aliviar al género humano de gran parte del trabajo necesario para su subsistencia es la causa principal de nuestras desgracias actuales. Pero ¿cómo dar con un medio más racional de resolver nuestro dilema?
Si pudiésemos lograr de algún modo que el poder adquisitivo de las masas, medido en términos reales, no descendiese por debajo de un mínimo determinado, serían imposibles paralizaciones del ciclo industrial como las que hoy estamos padeciendo.
El método lógicamente más simple, aunque también más audaz, de lograrlo consiste en adoptar una economía totalmente planificada en la que sea la comunidad la que distribuya y produzca los bienes de consumo. Esto es básicamente lo que se está intentando hoy en Rusia. Solo el tiempo reverlará el resultado de esta experiencia. Aventurar una profecía sería una presunción. ¿Puede este sistema mantenerse sin el terror que lo ha acompañado hasta ahora, al que ninguno de nosotros, los occidentales, desearíamos exponernos? ¿No tenderá una economía tan centralizada y rígida como esta al proteccionismo y se opondrá a innovaciones ventajosas? Debemos procurar, sin embargo, que estos recelos no nos impidan un juicio objetivo.
Mi opinión personal es que a tales métodos son en general, preferibles los que respetan las tradiciones y costumbres. Y no creo tampoco que un súbito control de la economía por parte del Gobierno sea beneficioso para la producción. Debería dejarse a la libre iniciativa su esfera de actividad, en tanto no la haya eliminado la propia industria mediante el aritificio de la cartelización.
Hay, sin embargo, dos aspectos en los que debería limitarse esta libertad económica. Debería reducirse por ley el número de horas de trabajo semanales en todos los ramos de la industria hasta acabar por completo con el paro. Deberían fijarse al mismo tiempo salarios mínimos, de modo que el poder adquisitivo de los trabajadores se correspondiera con la producción.
Además, en las industrias monopolistas el Estado debería controlar los precios para que una acumulación excesiva del capital no estrangulara de forma artificial la producción y el consumo.
De este modo, quizá fuese posible alcanzar un equilibrio justo entre producción y consumo, sin limitar en exceso la libre iniciativa y poniendo coto al mismo tiempo, al despotismo intolerable a que los propietarios de los medios de producción (tierra y maquinaria) someten a los asalariados, en el sentido más amplio del término.